lunes, 7 de septiembre de 2015

Empatía

Le digo a Tomás que no sé, que no entiendo, que ya no lo soporto más. Tomás se ríe de mí; según sus palabras, exagero. Exagerar, yo; exagerar este ser que nada de esto pidió, que tiene la maldición y nada puede hacer contra ella. 

¿Sabés de qué hablo? A vos te pregunto, ojos nocturnos, sensualidad ocular que acaricia estas letras. Llevo la maldición, la llevo, está dentro de mí y la sobredosis es inminente, lo es, porque todo cuanto me rodea me rebalsa. Quiero decirle que se vaya, que me deje, que no me torture más, que no sujete así mi corazón, con furia, con rencor, y no, ¡resulta que no! De nada sirve suplicar; la maldición, de abrazarte, jamás te va a soltar. El ente maldito que me penetra en la oscuridad me lo dice en susurros, entrando y saliendo de esto que queda de mí, la nada, el todo. Bancátela, me dice el ente; bancátela, que si llevas adentro la maldición es porque te elegí para que la llevaras. ¿Para qué?, pregunto llorando, sumisa y patética, deshecha en sus brazos: ¿para qué me elegiste? ¿Con qué fin? 

¿Por qué yo?

Tomás se ríe cuando tiro esa pregunta al aire, cuando la lanzo sin más excedida de absurdos anhelos, una respuesta, algo significativo de lo cual pueda alimentarme. Ay, Violeta, me dice tranquilo; Violeta, te hacés demasiada malasangre. Es absurdo que te preguntes algo así, como si estuvieras sola en el mundo, como si este mundo no fuera más que el hábitat de Violeta. Me besa, me acaricia y finaliza: sos una gran mina, Viole; dejá de pensar que el mundo entero conspira en tu contra. 

¡Pero lo hace!, quiero decirle y me callo; el mundo conspira en mi contra, Tomás. El ente me viola cada noche en ese momento de paz que todos imploramos sentir al apoyar la cabeza en la almohada. Aparece junto a mí, veo su sombra, percibo el frío que lo encierra cuando corre las sábanas. Lo siento bajar mi ropa, subirla también, mientras me tumba boca abajo y dice, y susurra: yo te elegí, Violeta; yo te elegí. Y lo sé, le digo con lágrimas a Tomás, lágrimas que vierto en vano porque sólo risas provocan; ¡yo lo sé, Tomás! Lo sé porque lo siento cada mañana al enfrentarme a un nuevo día, cuando veo tristeza ajena y la siento propia, cuando siento furia ajena y la siento propia, cuando siento vacío y no encuentro motivos para llenarlo, porque es tonto, porque es inútil, porque no encaja dentro de mí. Lo sé cuando veo a las gentes del mundo y siento que unos son grises y otros, otros, son rojos.

Rojos, Tomás, le digo sin parar de llorar, le digo sin decir; son rojos, como el ente, como la sangre eyectada que veo en el espejo.

Son rojos y grises, son la vida y la muerte. Y los percibo. Los siento sin desear sentirlos. Cada noche, agotada, el ente me lo recuerda: yo te elegí, ves los hilos de sangre y vacío porque yo te elegí.

Anoche soñé con él, con el ente. Estaba dentro de mí, clavado a mi carne y a todo mi ser, y me decía en eróticos susurros la respuesta a mis existenciales dilemas: en este mundo somos dos, los grises, los rojos. Bien lo sabés, Violeta. ¿Y preguntás por qué? ¿Querés saber por qué sentís más que el resto? Porque sin malditos no hay concepto, Violeta. No, no lo hay. Sin malditos se pierde el significado de la vida, de la muerte, de todo cuanto nos rodea. Sin malditos que perciban al mundo, sin seres rojos que sangren sobre el gris, nadie sentiría nada.

El arte no existiría.

Llorando, le pregunté qué tenía que hacer para no sentir más. ¡Porque no quiero, porque ya no puedo más! Al borde del placer, aceleradas sus caderas así como su pulso, su respiración, su íntimo palpitar, me dijo una sola cosa, esta misma que me hace entregar estas líneas para los ojos ajenos, estos que espían mis perversos actos.

Me dijo que hiciera que me acariciaras. Sí, vos, el que acaricia con las pupilas estas tonteras que vomito.

Escribí, me dijo el ente maldito; escribí y sangrá tus visiones sobre el gris del mundo. 

Sangrá, Violeta.

Sangrá.

Y sangré.

Y acá me tenés, sangrando. Si nadie denunciara la sangre que cae del techo, ¿qué sería de nuestras vidas como entes del mundo? Estaríamos ciegos y todo, en el entorno, sería gris. Gris, escala de grises. Ni un rojo, ni una verdad, sobre la Tierra que llenamos. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario