miércoles, 16 de abril de 2014

Realidad

Citaré a quien deba citar, citaré para demostrar, citaré para catalogar lo incatalogable. Y eso, y así.
Violeta Azul, Indica que te gusta

Basándome en mi experiencia como miembro de la sociedad de seres invisibles, me inclino, obscenos mis ademanes, ante aquellos elegidos que son mis opuestos. Ellos, a diferencia de este ente invisible carente de aptitud, saben exactamente lo que hacen. Los veo ir, venir, llegar y marcharse cubiertos por un velo de convicción. Sus colores cambian cada año, porque saben que deben, cual camaleones, camuflarse en el hábitat que es el entorno que nos encierra. Y pese a estar camuflados, oh seres perfectos de presumible armonía estacional, ellos son distintos a mí. Ellos son parte del ecosistema; yo no.

Yo soy invisible. Vago por el mundo como un alma sin cuerpo. Nadie me ve, nada sabe de mí. A nadie le incumbo. Me muevo con soltura entre los seres tangibles, me deslizo por la extensión de sus pieles sin que lo sepan, manoseo los cuerpos, partes cubiertas, partes descubiertas. Apoyo mi boca invisible sobre el iris de cada ojo que mira lo que se le parece. Mi boca, contra el iris color gris.

Ser invisible permite estudiar al que no lo es.

Por mi facultad de apoyar mi boca en sus iris puedo ver cuán invisibles son por dentro. Al violar un ojo violamos al ser completo. Es el alma lo que violamos. Cuando violo un alma, lo que por fuera expresan estos seres invisibles llega directamente a mí. Siento en mi existencia invisible la electricidad de su sufrimiento. Y es que no somos iguales, ellos son unos y nosotros, otros; ellos, por tener la facultad de ser visibles, deben, para poder camuflarse con el hábitat, hundir en la intimidad de sus ojos todo cuanto pueda delatar algún tipo de electricidad.

Por eso soy invisible: porque yo no puedo hundir tanto en mi ser.

Si hundiera toda mi electricidad, mis ojos, rojos ojos del ser,  explotarían por la descarga.

A veces me cuestiono mi cualidad de invisible. Me pregunto si cometo un error al no ser un ojo y sí una boca violadora. Me atormenta pensarlo, me electrifica. Al electrificarme con mi propio remordimiento, con un sentir latente como ese, recuerdo que, aunque quiera virar sobre mi propio ser hasta convertirme en un ser tangible, visible, no puedo.

No existe, en el mundo, forma de lograr que sea como ellos. Y es que me electrifico, experimento el don, la condena, de esta electricidad. Experimento todo cuando me rodea, todo cuanto me roza sin saberlo, todo cuando existe en el mundo. El mundo, sí, este lugar extraño de tejidos en hilos que, aunque intentan ser tan invisibles como yo, no lo son. Cuánta desprolijidad en la costura de esta realidad artificial, donde nada es lo que parece, donde cada maldita circunstancia está digitada por alguien más.

Falsas utopías y el, oh, maravilloso nuevo mundo. Repito cuestiones fundamentales de la existencia. No soy el primer ser en decirlas; espero no ser el último. Es compleja nuestra situación: somos invisibles por dos trascendentales motivos: no podemos ser como ellos, ese es el previamente mencionado.

No nos dejan ser como ellos, ese es el otro, el más importante, motivo.

Por eso somos como somos, los otros, los menos, los entes abstractos que no se acoplan a los entramados convencionales. Somos seres invisibles que sienten en exceso, que por sentir en exceso están condenados, que por estar condenados están solos. Somos seres invisibles atrapados en la invisibilidad. Y alguien, allá afuera, nos está buscando. Y alguien, allá afuera, nos está cazando. Nos están reduciendo. Nuestra salvación es pasar desapercibidos. ¿Pero cómo, si la electricidad que despedimos se percibe en el aire? ¿Pero cómo, si lo que observamos con nuestros ojos, rojos ojos, es tan obvio?

Obvio, sí. Evidente.

Hasta la falsa electricidad de los visibles, nuestros unos, está previamente digitada. Y quizá, tal vez, el rojo que viola al gris también lo está.

Venus, diciembre del enero.